*Entre calles empedradas y edificios de tiempos coloniales de la ciudad de Tlaxcala, se alza como un vigilante silencioso de siglos de historia, un edificio religioso con pinturas murales que datan del siglo XVII
Beto Pérez
Tlaxcala, Tlax. – Al cruzar el umbral de la parroquia, la atmósfera cambia de manera casi palpable. La luz filtrada a través de los vitrales, suavemente dorada por el sol, acaricia las paredes y resalta los frescos que adornan el interior.
La “Presentación de Jesús en el Templo” se revela como un despliegue vibrante de devoción. Una revelación que toca el corazón de sus creyentes. Los rostros de los personajes representados parecen susurrar historias de sacrificio. Hay un momento de reflexión al detenerse frente a estas imágenes, donde el silencio es una conversación íntima con lo divino.
La Parroquia de San José se erige con una impresionante fachada barroca, una orgullosa sobreviviente del sismo histórico de 2017 que buscaría, sin éxito, derribar este monumento a la fe tlaxcalteca.
Entre calles empedradas y edificios de tiempos coloniales, se alza como un vigilante silencioso de siglos de historia. Su presencia, imponente y majestuosa, parece guardar no sólo las huellas del pasado, sino también las emociones y anhelos de quienes han cruzado sus puertas. Al aproximarse, el viajero no solo encuentra una construcción antigua, sino una entidad que resuena con el peso de las plegarias.
Las pinturas murales, que datan del siglo XVII, son obras de artistas anónimos que dejaron su marca en el desarrollo del arte sacro tlaxcalteca y nacional. Entre los elementos más destacados se encuentran las representaciones de la vida de San José, el patrón de la iglesia, que se despliegan en una serie de escenas vibrantes y detalladas. Estas obras no sólo ilustran la narrativa religiosa, sino que también muestran una rica paleta de colores y una técnica que captura el fervor espiritual de la época.
El campanario, una estructura robusta y sólida, se alza majestuosamente sobre el edificio, dominando el horizonte de la ciudad. La torre, que originalmente fue diseñada para cumplir una función más utilitaria, ha sido refinada con el tiempo y ahora presenta una serie de ventanas enrejadas que permiten la entrada de luz, creando un juego de sombras y luces en el interior de la iglesia. Lo visible y lo invisible se tocan porque si la fe tiene un lugar, definitivamente es este.
El altar mayor es el corazón palpitante de la parroquia. Su esplendor barroco, con intrincadas tallas doradas, crea un escenario que invita a la contemplación profunda. Los feligreses juntan las manos para invocar a Dios, su piedad, su compañía. Aquí las voces de los suplicantes serán escuchadas, sin duda alguna.
Al observar el retablo, el visitante puede vivir una mezcla de veneración y humildad. La riqueza de los detalles parece una manifestación tangible de la devoción que durante tantos siglos han fluido en este lugar. Es difícil no sentirse sobrecogido por la majestad del espacio, donde cada dorado y cada figura parece narrar una historia de trascendencia, en el aire vibran los milagros atendidos.
La construcción de iglesias sin duda era una prioridad para establecer la presencia colonial. Y así administrar la fe católica del nuevo régimen, pero la rebeldía indígena ha conocido mejor que nadie las grietas del edificio para filtrar sus anhelos cobijados por la piedra volcánica y cada ladrillo hecho a mano; en la técnica de sus pintores, sus escultures quienes han dejado pistas para una rebelión profunda en la espiritualidad del tlaxcalteca.